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martes, 31 de mayo de 2011

DEBATE: LA EUTANASIA

Se denomina eutanasia a toda acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes enfermos o terminales, acelera su muerte con su consentimiento.[1]La palabra deriva del griego: ευ eu (‘bueno’) y θάνατος thanatos (‘muerte’).
La eutanasia tiene por finalidad evitar sufrimientos insoportables o la prolongación artificial de la vida a un enfermo. Para que la eutanasia sea considerada como tal, el enfermo ha de padecer, necesariamente, una enfermedad terminal o incurable, y en segundo lugar, el personal sanitario ha de contar expresamente con el consentimiento del enfermo.
Clasificaciones de eutanasia
En el medio hispanohablante se han introducido conceptos de la evaluación ética de la eutanasia y se la califica de directa o indirecta en cuanto existe o no la intención de provocar primariamente la muerte en las acciones que se realizan sobre el enfermo terminal. En el contexto anglosajón, se distingue entre la eutanasia como acción y la eutanasia como omisión (dejar morir). Su equivalente sería eutanasia activa y eutanasia pasiva, respectivamente. También se utilizan, en forma casi sinónima, las calificaciones de positiva y negativa respectivamente.
Sin embargo, la Organización Médica Colegial española y otras instituciones no aceptan la distinción terminológica entre «activa» y «pasiva», porque lleva a confusión. Consideran que la eutanasia es siempre deontológicamente condenable. Cosa bien distinta puede ser el acto médico de suspender un tratamiento inútil.[2]
Es indudable que el primordial derecho que puede asistir hoy a todo ser humano es el de la vida, pero cuando este derecho se ve afectado por unas lamentables condiciones de salud, cabe preguntarse si se esta cuidando la vida o prolongando la agonía que nos puede llevar a la muerte. Y en un momento así ¿Qué debemos hacer?...

1. Eutanasia directa: Adelantar la hora de la muerte en caso de una enfermedad incurable, está a su vez posee dos formas:
a) Activa: Consiste en provocar una muerte indolora a petición del afectado; el caso más frecuentemente mostrado es el cáncer, pero pueden ser también enfermedades incurables como el sida. Se recurre, como se comprende, a sustancias especiales mortíferas o a sobredosis de morfina.
b) Pasiva: Se deja de tratar una complicación, por ejemplo una bronconeumonía, o de alimentar por vía parenteral u otra al enfermo, con lo cual se precipita el término de la vida; es una muerte por omisión. De acuerdo con Pérez Varela «la eutanasia pasiva puede revestir dos formas: la abstención terapéutica y la suspensión terapéutica. En el primer caso no se inicia el tratamiento y en el segundo se suspende el ya iniciado ya que se considera que más que prolongar el vivir, prolonga el morir». Debe resaltarse que en este tipo de eutanasia no se abandona en ningún momento al enfermo.
2. Eutanasia indirecta: Consiste en efectuar procedimientos terapéuticos que tienen como efecto secundario la muerte, por ejemplo la sobredosis de analgésicos, como es el caso de la morfina para calmar los dolores, cuyo efecto agregado, como se sabe, es la disminución de la conciencia y casi siempre una abreviación de la vida. Aquí la intención, sin duda, no es acortar la vida sino aliviar el sufrimiento, y lo otro es una consecuencia no deseada. Entra así en lo que desde Tomás de Aquino se llama un problema de doble efecto, que resulta previsto pero no buscando que sea adelantada la muerte del paciente.
La eutanasia no es algo nuevo. Está ligada al desarrollo de la medicina moderna. El solo hecho de que el ser humano esté gravemente enfermo ha hecho que en algunas distintas sociedades la cuestión quede planteada. La eutanasia es un problema persistente en la historia de la humanidad en el que se enfrentan ideologías diversas.
La llegada de la modernidad rompe con el pensamiento medieval, la perspectiva cristiana deja de ser la única y se conocen y se discuten las ideas de la Antigüedad clásica. La salud puede ser alcanzada con el apoyo de la técnica, de las ciencias naturales y de la medicina.
Hay pensadores que justifican el término activo de la vida, condenado durante la Edad Media. El filósofo inglés Francis Bacon, en 1623, es el primero en retomar el antiguo nombre de eutanasia y diferencia dos tipos: la «eutanasia exterior» como término directo de la vida y la «eutanasia interior» como preparación espiritual para la muerte. Con esto, Bacon se refiere, por una parte, a la tradición del «arte de morir» como parte del «arte de vivir», pero agrega a esta tradición algo que para la Edad Media era una posibilidad inimaginable: la muerte de un enfermo ayudado por el médico. Tomás Moro, en la Utopía (1516), presenta una sociedad en la que los habitantes justifican el suicidio y también la eutanasia activa, sin usar este nombre.
Para Bacon, el deseo del enfermo es un requisito decisivo de la eutanasia activa; la eutanasia no puede tener lugar contra la voluntad del enfermo o sin aclaración:
Quien se ha convencido de esto, quien termina su vida, ya sea voluntariamente a través de la abstención de recibir alimentos o es puesto a dormir y encuentra salvación sin darse cuenta de la muerte. Contra su voluntad no se debe matar a nadie, se le debe prestar cuidados igual que a cualquier otro.
VIDA HUMANA
El concepto de «dignidad humana» se invoca tanto para defender la eutanasia como para rechazarla. Así, para los defensores de la eutanasia, la dignidad humana del enfermo consistiría en el derecho a elegir libremente el momento de la propia muerte.
Evidentemente, tras este uso equívoco del término «dignidad humana» subyacen distintas concepciones del ser humano, de la libertad, de la ciencia médica y del conjunto de los derechos humanos.
A FAVOR:                                                                                                    

Médicos

  • Desde siempre, los médicos han participado en la toma de decisiones sobre el fin de la vida y actualmente es común suspender o no instaurar tratamientos en determinados casos, aunque ello lleve a la muerte del paciente. Sin embargo, a veces los médicos deciden por su propia parte si el paciente debe morir o no y provocan su muerte, rápida y sin dolor. Es lo que se conoce como limitación del esfuerzo terapéutico, limitación de tratamientos o, simplemente, eutanasia agresiva. Normalmente la eutanasia se lleva a cabo con el conocimiento y anuencia de los familiares y/o curadores del paciente.
  • En medicina, el respeto a la autonomía de la persona y los derechos de los pacientes son cada vez más ponderados en la toma de decisiones médicas.
  • En sintonía con lo anterior, la introducción del consentimiento informado en la relación médico-paciente, y para éstas situaciones, la elaboración de un documento de voluntades anticipadas sería una buena manera de regular las actuaciones médicas frente a situaciones hipotéticas donde la persona pierda total —o parcialmente— su autonomía para decidir, en el momento, sobre las actuaciones médicas pertinentes a su estado de salud.

Jurídicos


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  • La despenalización de la eutanasia no significa obligatoriedad absoluta. No se puede imponer el criterio de un conglomerado al ordenamiento jurídico de todo un territorio, por lo que el derecho debiera asegurar los mecanismos para regular el acceso a la eutanasia de los pacientes interesados que cumplan unos requisitos especificados legalmente; así como de la legalidad y transparencia de los procedimientos.
  • La sociedad moderna basa su ordenamiento jurídico en la protección de los derechos humanos. En este sentido, cada enfermo tiene derecho a decidir, informada mente, sobre los asuntos que pertenecen a una esfera tan privada como su cuerpo; y en virtud de esto, decidir cómo quiere seguir -o no seguir- viviendo.
La posición de la Iglesia católica ante la eutanasia  
La institución que actualmente rechaza y combate a la eutanasia, es la Iglesia católica, la cual ha realizado una serie de declaraciones al respecto a través de la Comisión Permanente Episcopal: “Respetamos sinceramente la conciencia de las personas, santuario en el que cada uno se encuentra con la voz suave y gente del amor de Dios. No juzgamos el interior de nadie. Comprendemos también que determinados condicionamientos psicológicos, culturales y sociales pueden llevar a realizar acciones que contradicen radicalmente la inclinación innata de cada uno a la vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva. Pero no se puede negar la existencia de una batalla jurídica y publicitaria, con el fin de obtener el reconocimiento del llamado ‘derecho a la muerte digna’, es esta postura pública la que tenemos que enjuiciar y denunciar como equivocada en sí misma y peligrosa para la convivencia social. Una cosa son la conciencia y las decisiones personales y otra lo que se propone como criterio ético legal para regular las relaciones entre los ciudadano”.  
La Iglesia católica considera que el aprecio por toda vida humana fue un progreso introducido por el cristianismo, lo que supone que se vive en la actualidad es un retroceso.  Un retroceso que hay que colocar en lo que el Papa denomina “cultura de la muerte”. De esta manera, la Iglesia considera a la eutanasia  como aquella actuación cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarles sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de calidad mínima para que merezca el calificativo de digna. Esta práctica convertiría a la eutanasia en una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidados debidos.
De la eutanasia, así entendida, el Papa Juan Pablo II enseña solemnemente: ‘De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana’.  

La batalla política sobre la eutanasia  
Actualmente, la eutanasia se transformó en una problemática que conjuga un dilema jurídico y moral. Un dato certero es el que demuestra el aumento, en los últimos años, del número de asociaciones pro-eutanasia, desplegando una intensa actividad divulgativa y reivindicativa a favor del derecho individual de las personas para elegir sobre su propia vida. Al mismo tiempo, estas asociaciones se ven combatidas por la “cruzada a favor de la vida” encabezada por las organizaciones religiosas.
Diversas asociaciones han luchado contra los que defienden la posibilidad de elegir una muerte digna. Los argumentos que legitiman a estos grupos oscilan entre el respeto a la voluntad divina hasta el miedo a crear lagunas jurídicas que proporcionen impunidad a posibles asesinatos. Los debates sobre la eutanasia generalmente terminan siendo dominados por prejuicios morales, religiosos, emocionales, etc.
Sin cuestionar los diferentes puntos de vista, cabría preguntarse: ¿se le puede aplicar la eutanasia o asesoramiento en su suicidio a un enfermo terminal, que considere que su vida no es razón suficiente para soportar un dolor intratable, la pérdida de dignidad o la pérdida de importantes facultades, y que pide repetidamente ayuda para morir, siendo consciente y sin estar en capacidad de fingir una depresión? 
La problemática de la eutanasia conjuga y enfrenta diversos posicionamientos frente a los derechos humanos. En este sentido, numerosas asociaciones pro eutanasia han comenzado una campaña de concientización de la sociedad, para que ésta reconozca el derecho de cada individuo a decidir sobre su propia vida. Por otro lado, otro sector de la sociedad, encabezado por las asociaciones religiosas, se opone drásticamente a la legalización de la eutanasia. En la actualidad, la eutanasia se ha convertido en una ardua batalla de carácter político.
 Formas de aplicación de la eutanasia
La eutanasia pasiva hace referencia a la muerte natural, es un termino que muchas veces es utilizado de forma errónea por  los medios de comunicación. La misma se produce cuando se suspende el uso de los instrumentos que apoyan la vida o aquellos suministros de medicamentos, de tal forma que se produzca la muerte que no contraría la ley natural.
Por el contrario, la eutanasia activa supone la intervención directa que ocasiona la muerte del paciente poniendo fin a su sufrimiento. En general, los defensores de esta opción, coinciden en la necesidad de que existan condiciones previas que permitan realizarla como la solicitud directa por parte del paciente o enfermo terminal de querer poner fin a su vida, la imposibilidad de la medicina para salvarle, la incapacidad de los fármacos para evitar su dolor y sufrimiento y el consentimiento de médicos y familiares, entre otras.
 Con respecto a ello, se ha expresado anteriormente cuales son las posiciones de los detractores religiosos en cuanto a este tema. Sin embargo, más allá de estos grupos, los detractores de la eutanasia, en su lucha por impedir su aprobación legal, argumentan que al estar el suicidio asistido y/o la eutanasia disponibles,  esto daría lugar a que algunos sujetos presionaran a sus familiares para que acepten morir, poniendo de relieve la dificultad de establecer controles estrictos para probar la influencia de otros sobre la decisión del paciente. Otras personas desearán morir porque sufren de depresión clínica, invalidando esta condición una decisión consciente.  
El suicidio asistido se relaciona vagamente con la eutanasia, éste se produce cuando alguien le da información y los medios necesarios a un paciente para que pueda terminar fácilmente con su propia vida. Se empieza con una etiqueta de buena apariencia: muerte digna, ayudar a morir al que no desea sufrir más. El jueves 4 de junio de 1987 pudimos ver en televisión española en el espacio «Debate» cómo el defensor de la eutanasia decía que todos debíamos tener derecho a morir de modo digno, y el médico del Hospital de Basurto le dijo que en eso tiene toda la razón, pero la eutanasia consiste en matar al enfermo, y los médicos están para sanar, no para matar. Morir dignamente es asumir la muerte humana y cristianamente.
ARGUMENTOS A FAVOR DE LA EUTANASIA.
Para apoyar la eutanasia es necesario realizar un análisis profundo y reflexivo al respecto, sin dejarse influir por las concepciones morales y religiosas que cada uno de nosotros posee, lo cual es sin duda difícil, pero consideramos que al existir un derecho a la vida y todo cuanto ello implica, la dignidad y libertad de la persona humana, es también imprescindible que exista un derecho a morir dignamente y esto se traduce en la eutanasia positiva, que es una salida válida para un enfermo terminal que ya no desea sufrir más, es una decisión íntima y personal, que sólo corresponde tomar a la persona en cuestión.
La vida es el valor esencial y debe ser protegida por el Estado con todos los medios posibles, pero no podemos dejar de lado la parte humana del tema y ser honestos al señalar que la muerte debe ser lo menos traumática y dolorosa posible y esta alternativa ofrece la eutanasia, la cual dista de ser un crimen, sus motivos son de misericordia tanto para el que sufre como para aquellos que lo rodean.
Además al prolongar artificialmente la existencia de una persona, a cualquier costo:
¿Estamos hablando realmente de vida o sólo de una existencia biológica?
No debemos olvidar, como antes señalábamos los motivos humanitarios frente al sufrimiento innecesario de un enfermo terminal solo se alarga su agonía y no su vida.
Los argumentos a favor de la eutanasia podrían resumirse de la siguiente manera:
1. La enfermedad terminal. Produce a veces tales sufrimientos y dependencias de otros que hacen que la vida pierda toda calidad y significado. Se olvida que la vida tiene valor en sí misma, independientemente del estado de salud. Si bien la salud es deseable, no es un fin en sí misma, y la dignidad del ser humano no depende ni desaparece con la enfermedad. Más bien, el paciente enfermo adquiere una dignidad especial y una necesidad muy particular de nuestra caridad. Por eso Jesús le dedica mucho tiempo a atender y a curar enfermos, y nos pide expresamente que visitemos y cuidemos a nuestros hermanos enfermos. Precisamente, porque ve en el hombre enfermo a un sujeto que nos brinda una de las mejores oportunidades para ejercer nuestra vocación de servicio.
2. Respeto a la autonomía del paciente. Si es el paciente el que solicita la eutanasia, debiéramos acceder. Sin embargo, se olvida que la enfermedad terminal coloca a los pacientes en situaciones muy vulnerables y, por lo tanto, su autonomía está comprometida. No sería, en consecuencia, una decisión libre; todos sabemos la angustia y la depresión que pueden acompañar a estas situaciones, lo cual nos permite ejercer verdaderamente la libertad y la autonomía. Además, se olvida también que nadie se ha dado la vida a sí mismo y, en consecuencia, uno no es dueño para decidir cuándo terminarla.
3. Compasión por el que sufre. Este es un argumento que a muchas personas las hace dudar, dado que objetivamente algunos enfermos en sus etapas terminales tienen dolores y sufrimientos considerables. Sin embargo, la labor del médico consiste precisamente en acompañar y aliviar el dolor y no encauzar la muerte como una alternativa terapéutica. El médico debe buscar siempre el mantener y preservar la vida, o al menos, si esto no es posible, acompañar al paciente y aliviarlo de su angustia y de su dolor y no ser un sujeto que busca la muerte.
4. El antecedente de que en algunos países se permite y de que se haya legislado a favor de la eutanasia. Esas experiencias no han sido muy afortunadas, y una vez que se acepta el concepto de que uno puede matar a su semejante por enfermedad terminal, esto se extiende después a otras situaciones como malformaciones, debilidad mental, y mucha gente ve a esos seres humanos como parásitos de la sociedad. Las estadísticas de Holanda muestran que el 15% de los fallecidos mueren por eutanasia, y de estos, el 56% por "pérdida de dignidad", la cual no figura entre las causas justificables de eutanasia.
5. Hay personas que piensan que dejar morir o terminar con la vida de un paciente activamente es éticamente igual. Este es probablemente uno de los puntos que conviene aclarar con mayor fuerza, dado que no es lo mismo que un paciente pueda rechazar un tratamiento especialmente complejo y da resultado incierto o poco eficaz, y permitir que la naturaleza siga su curso y termine con la vida del paciente enfermo. No es lo mismo que activamente inyectar una droga mortal o suspender una alimentación o una oxigenación, que son elementos vitales e indispensables para la vida.
En consecuencia, nos parece que cualquier legislación a favor de la eutanasia pone en peligro conceptos muy valiosos, como debilitar el respeto por la vida humana. Pérdida de la confianza intuitiva y objetiva que tiene la sociedad con los médicos, haciendo al facultativo el agente de la muerte y facilitar las manipulaciones psicológicas para forzarlo a tomar este camino con el falso concepto de la compasión. Además, se produce una presión psicológica y moral fuerte sobre los enfermos terminales, se les hace verse a sí mismos como una carga para la sociedad y se les impulsa a pedir que pongan fin a su vida, o que eso es o que ellos deben hacer por patriotismo o por consideraciones de tipo económico-sociales, dada la carencia de recursos que se puedan gastar en salud. La medicina se despersonaliza aún más y tiene el peligro, como decíamos anteriormente, de extender el concepto de que se puede terminar la vida por diversas razones: en el feto, produciendo el aborto cuando el embarazo no es deseado; en los enfermos terminales, porque sufren, y posteriormente, extenderlo a pacientes que han perdido el discernimiento o que son una carga para la sociedad. Se valora así la vida según la utilidad personal o social.
El código de ética del Colegio Médico en esto está bien claro: en su artículo 27 dice que el médico no podrá deliberadamente poner fin a la vida de un paciente bajo consideración alguna, y el artículo 28 dice que toda persona tiene derecho a morir dignamente. Este es un punto muy importante: los procedimientos diagnóstico-terapéuticos deben ser proporcionados a los resultados que se pueden esperar de ellos. Por último, quisiera proponer que nuestro rol no solo debe ser negativo frente a la eutanasia, sino que proponer frente al misterio humano del dolor y del sufrimiento algunas conductas que efectivamente ayuden a bien morir a nuestros pacientes.
Respetar el modo de muerte de las personas significa aceptar el rechazo a algunos tratamientos que pueden ser de eficacia discutible o desproporcionados frente a las expectativas de vida o a la precariedad del paciente, dadas las complicaciones que presenta. Aliviar el dolor, usar todos los métodos y técnicas que nos permiten mitigar el sufrimiento innecesario.
Rechazo al encarnizamiento terapéutico. En el cual a veces caemos por un exagerado celo de preservar la vida a toda costa.
Participar al enfermo de toda la información disponible. De su estado de salud e incluso de su muerte pronta y certera, para que así el enfermo se prepare y tome las decisiones que correspondan y acompañarlo en el impacto psicológico y moral que esto implica. El acompañamiento del paciente por parte del médico es muy importante; uno no debe jamás expresar lo que a veces uno observa en algunos colegas al decir: "no tengo nada que ofrecer, hasta aquí no más llega la medicina". Muy por el contrario, uno tiene mucho que ofrecer cuando la ciencia ya no puede ayudar más.
Por último, favorecer la vivencia del misterio humano-religioso de la muerte. La asistencia religiosa cobra en estas condiciones una relevancia especial.
- Toda persona es autónoma y tiene derecho a decidir sobre su vida.
- La persona, como paciente, tiene el máximo derecho en la toma de decisiones médicas que a ella se refieran.
- El documento de Voluntades Anticipadas es una herramienta que regularía el accionar médico ante situaciones donde el paciente pierda la capacidad, en el momento, para decidir sobre el accionar médico con respecto a su salud.
- Nuestra sociedad está fundamentada en la protección de los derechos humanos. Toda persona tiene derecho a decidir sobre todo cuanto se refiera a su cuerpo; por consecuente, decidir si quiere o no seguir viviendo.
- La vida, en determinadas condiciones, puede llegar a ser indigna; condición que quebrantaría el derecho de la dignidad humana.
- No hay razón para aceptar una forma de existencia limitada, en la que son sacrificados familiares y amigos y hasta la propia persona.
- Una vida que no se puede vivir no es un privilegio, es un castigo. Que hace del ser humano tan sólo un caso clínico de interés.
- No es justo el someter al hombre a dolorosas situaciones, cuando se tiene el poder de evitarlo.
¿Existen, pues, unos derechos del enfermo moribundo?
Ciertamente. El derecho a una auténtica muerte digna incluye:
- el derecho a no sufrir inútilmente;
- el derecho a que se respete la Libertad de su conciencia;
- el derecho a conocer la verdad de su situación;
- el derecho a decidir sobre sí mismo y sobre las intervenciones a que se le haya de someter;
- el derecho a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos y sucesores en el trabajo;
- el derecho a recibir asistencia espiritual.
El derecho a no sufrir inútilmente y el derecho a decidir sobre sí mismo amparan y legitiman la decisión de renunciar a los remedios excepcionales en la fase terminal, siempre que tras ellos no se oculte una voluntad suicida.
La cuestión de la eutanasia ¿es un problema social?
La eutanasia fue un problema social en aquellas sociedades primitivas en que se practicaba la eliminación de vidas consideradas inútiles, costumbre que estuvo admitida respecto a los recién nacidos con malformaciones o los ancianos en distintos pueblos de la antigüedad, hasta que la influencia del cristianismo acabó con tales prácticas inhumanas. Desde la llegada del cristianismo, la eutanasia dejó de ser un problema social hasta el siglo XX, en que algunos vuelven a convertirla en problema al pretender su legalización.
Desde los años 30 de este siglo se vienen constituyendo asociaciones en defensa de la eutanasia y se han propuesto leyes permisivas, que habitualmente han sido rechazadas, en distintos países. Sin embargo, la actitud a favor de la eutanasia de estos pequeños grupos, y cierta mentalidad de relativización del respeto debido al ser humano (que se expresa, por ejemplo, en el aborto), van calando en la sociedad, convirtiendo de nuevo a la eutanasia en un problema social que vuelve a aparecer después de haber sido superado durante siglos.
La aceptación de la eutanasia, ¿no es, pues, un signo de civilización?
No. Lo que es un signo de civilización es justamente lo contrario, es decir, la fundamentación de la dignidad de la persona humana en el hecho radical de ser humana, con independencia de cualquier otra circunstancia como raza, sexo, religión, salud, edad, habilidad manual, o capacidad mental o económica. Esta visión esencial del hombre significa un progreso cualitativo importantísimo, que distingue justamente a las sociedades civilizadas de las primitivas, en las que la vida del prisionero, el esclavo, el deficiente o el anciano, según épocas y lugares, era despreciada.
Los progresos científicos y técnicos en la lucha contra el dolor, tan propios de la era moderna, pueden dar esta falsa apariencia de civilización a la eutanasia, en la medida en que se la presenta como una forma más de luchar contra el dolor y el sufrimiento. Pero ya sabemos que eutanasia no es eso, sino eliminar al que sufre para que deje de sufrir. Y eso es incompatible con la civilización, pues revela un desprecio profundo hacia la dignidad radical del ser humano. Un ser humano no pierde la dignidad por sufrir; lo indigno es basar su dignidad en el hecho de que no sufra.
Es más, resulta especialmente contradictorio defender la eutanasia precisamente en una época como la actual, en la que la Medicina ofrece alternativas, como nunca hasta ahora, para tratar a los enfermos terminales y aliviar el dolor. Es probable que este resurgimiento de las actitudes eutanásicas sea una consecuencia de la conjunción de dos factores: por un lado, los avances de la ciencia en retrasar el momento de la muerte; por otro, la mentalidad contemporánea dé escapar, de huir del dolor a todo trance y de considerar el sufrimiento como un fracaso. De esta negación de la realidad surge la contradicción.
. ¿No puede ser la eutanasia una manifestación de solidaridad social?
Los defensores de la eutanasia así lo exponen conforme a la siguiente argumentación: la enfermedad, invalidez o vejez de algunas personas ha llegado a extremos que convierten esas vidas en vidas sin sentido, inútiles y aun seriamente gravosas, no sólo para los familiares y allegados, sino también para las arcas públicas, que tienen que soportar cuantiosísimos dispendios en prestaciones sanitarias de la Seguridad Social y subsidios de diversa índole, con la carga que eso supone para los contribuyentes. Estas situaciones se prolongan, además, gracias a los avances de la investigación científica que han logrado alargar considerablemente las expectativas de vida de la población. Por consiguiente, el Estado tiene el derecho, y aun el deber, de no hacer que pese sobre la colectividad la carga del sostenimiento de estas vidas sin sentido. El efecto de esta acción redundará en beneficio del conjunto de la colectividad, lo que no deja de ser una manifestación de solidaridad social.
El argumento de las "vidas improductivas", por razones fáciles de comprender, nunca se plantea en los inicios del debate social sobre la eutanasia, pero tampoco faltan quienes, en foros restringidos o en ambientes académicos, mencionan las "vidas sin sentido" como candidatas a la eutanasia por razones socioeconómicas.
La Iglesia ante la eutanasia
90. La cuestión de la eutanasia ¿es un problema religioso o moral?
Además de un problema médico, político o social, la eutanasia es un grave problema moral para cualquiera, sea o no creyente.
Quienes creemos en un Dios personal que no sólo ha creado al hombre sino que ama a cada hombre o mujer en particular y le espera para un destino eterno de felicidad y, en especial, los católicos, tenemos un motivo más que los que pueda tener cualquier otra persona para rechazar la eutanasia, pues los que así pensamos estamos convencidos de que la eutanasia implica matar a un ser querido por Dios que vela por su vida y su muerte. La eutanasia es así un grave pecado que atenta contra el hombre y, por tanto, contra Dios, que ama al hombre y es ofendido por todo lo que ofende al ser humano; razón por la que Dios en su día pronunció el "no matarás" como exigencia para todo el que quiera estar de acuerdo con Él.
Para los católicos, la eutanasia, como cualquier otra forma de homicidio, no sólo es un ataque injustificable contra la dignidad humana, sino también un gravísimo pecado contra un hijo de Dios.
Oponerse a la eutanasia no es postura exclusiva de quienes creen en Dios, pero para éstos es algo natural y no renunciaba: para ellos la vida es don gratuito de Dios y nadie está legitimado para acabar con la vida de un inocente.
¿Cuál debe ser la actitud de un cristiano ante la muerte?
Los cristianos deben ver la muerte como el encuentro definitivo con el Señor de la Vida y, por lo tanto, con esperanza tranquila y confiada en Él, aunque nuestra naturaleza se resista a dar ese último paso que no es fin, sino comienzo. La antigua cristiandad denominaba, con todo acierto, al día de la muerte, "dies natalis", día del nacimiento a la Vida de verdad, y con esa mentalidad deberíamos acercarnos todos a la muerte.
En todo tiempo la piedad cristiana identificó en breves jaculatorias el deseo que a todos los cristianos debe animar respecto a su muerte: que en la última agonía está muy cerca de nosotros la Madre de Dios, como estuvo al pié de la Cruz cuando su Hijo moría.
Si se admitiera, que la autonomía personal, exigida por la dignidad humana incluye la posibilidad de disponer de la propia vida, cualquier intento de coartarla por vía jurídica aparecería a primera vista como fruto de un rechazable «paternalismo». Por recurrir a un pasaje clásico, aunque no explícitamente referido a nuestro problema, "nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o justo". Pero la cuestión se complica porque lo que nos estamos planteando no es la viabilidad jurídica del suicidio sino la de la eutanasia, que incluye por definición la intervención de un tercero. Es la acción de éste la que acabará resultando o no jurídicamente relevante, obligando a plantear hasta tres cuestiones: si debería poder llevarla a cabo de modo jurídicamente lícito, si quien se la solicita sería titular de un derecho a requerirla y si habría, en consecuencia, obligación jurídica de realizarla.

La respuesta no será la misma si reconocernos al enfermo la mera posibilidad de poner fin a su vida -como un agere lícere jurídicamente irrelevante- que si lo consideramos titular de un derecho a la muerte. Más allá de la difundida idea de que tenemos derecho a todo lo no prohibido, muchas acciones nos resultarán permitidas sin que ello nos atribuya el título justo preciso para requerir del ordenamiento jurídico amparo a la hora de llevarlas a cabo, eliminando los obstáculos que se les opongan. Dar por hecho que bastaría constatar la existencia de un deseo subjetivo al que quien lo experimenta confiere particular importancia, para reconocer dicho título y generar de inmediato un deber de un tercero, exigiría partir de una armonía preestablecida entre deseos propios y ajenos. Parece, por el contrario, preciso asumir jurídicamente una determinada teoría de lo justo que vaya más allá de la convicción de que se tiene derecho a todo lo que se desea con suficiente vehemencia.


Cuando se propone una legalización de la eutanasia se ha abandonado, pues, el mero rechazo de una intervención paternalista para esgrimir, de modo más o menos consciente, un auténtico derecho a morir, que podría llegar a exigir la obligada colaboración de terceros. No es por ello extraño que en más de una de las propuestas legales que venimos comentando vuelva a escena una apelación a la conciencia; pero esta vez para admitirla como motivo de objeción frente a un deber jurídico. No sólo hemos pasado de la mera constatación de un lícito ámbito de libertad individual al reconocimiento de un derecho, sino que éste se acaba configurando inevitablemente como un derecho-prestación garantizado por los poderes públicos. Por duro que suene, hemos pasado a debatir la posible existencia de un derecho a exigir que otro nos mate, ya que sólo partiendo del deber de matar a otro tiene sentido plantear excepciones por la vía de la objeción de conciencia.



















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